En el corazón de San Juan Comalapa, Chimaltenango —tierra de maíz, trigo y mañanas frías— nació Juan Pichiya Yoc, hace 56 años. Hijo de agricultores, creció rodeado del olor a tierra húmeda y el ejemplo de unos padres que, sin estudios, le enseñaron el valor del trabajo honesto.
Desde pequeño acompañaba a su familia al campo. Logró llegar hasta sexto de primaria, pues muchas veces no podía asistir a clases: sus padres necesitaban sus manos para sembrar y cosechar. Sin embargo, Juan nunca perdió el deseo de salir adelante. A los 17 años, decidió dejar su pueblo para buscar mejores oportunidades. Llegó a Patzicía con sueños grandes y el corazón lleno de esperanza. Su primer trabajo fue como jornalero, ganando Q20 al día, suficiente para ayudar a su madre y ahorrar un poco para el pasaje. Con esfuerzo, alquiló una pequeña habitación y empezó a forjar su camino.
Con el tiempo conoció a su compañera de vida, una mujer trabajadora con quien lleva 36 años de matrimonio, siete hijos y siete nietos. Juan asegura que el verdadero éxito no lo logró solo: “Ella ha sido mi motor, quien me ha empujado a no rendirme nunca”.

Durante años trabajaron duro, hasta comprar una cuerda de terreno (aproximadamente 37 m^2) que cultivaron juntos. Pero querían crecer más. Cuando decidieron alquilar más tierra para sembrar, se enfrentaron a una pared: ninguna institución de crédito quiso apoyarlos. Hasta que un vecino le habló de la Fundación para el Desarrollo Humano (FDH). Ese día cambió su vida.
Gracias al respaldo de la Fundación, don Juan pudo invertir en insumos, mejorar su producción y aumentar su terreno a ocho cuerdas, donde hoy cultiva lechuga, arveja y ejote. Su ingreso mensual actual es de Q8,000.00, con capacidad para ahorrar y disfrutar con su familia.
Hoy, Juan es un ejemplo de perseverancia, responsabilidad y esperanza. Un hombre que demuestra que, con trabajo y una oportunidad, los sueños del campo también florecen.
